Moriríamos bajo el espectáculo más bello jamás imaginado. Fenomenales auroras y cortinas de rayos cósmicos caerían de los cielos durante meses hasta acabar con la capa de ozono, la magnetosfera y la vida en nuestro planeta. Si la estrella se encontrara lo suficientemente cerca, la mayoría caeríamos fulminados en los primeros instantes.
El reciente hallazgo por parte de la NASA de la supernova más joven de la galaxia ha vuelto a despertar la inquietud en la mente de algunos. Afortunadamente, no existe ninguna candidata lo suficientemente grande y moribunda en nuestro entorno más cercano como para despertar nuestros temores. Aunque la predicción no es del todo segura y sólo vale para el próximo millón de años.
Hace diez millones de años, por ejemplo, la explosión de supernovas llegó a ser tan frecuente que es probable que nuestros antepasados los australopitecos contemplaran cada cierto tiempo como los astros se iluminaban en pleno día. La radiación afectó entonces a algunos moluscos y criaturas marinas demasiado sensibles a los rayos ultravioleta y respetó el resto de formas de vida sólo porque las supernovas no estaban lo suficientemente cerca.
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